forjarschmieden; formenForjan el alma y el carácter de las ciudades hasta concederles una identidad. Algunas son turísticas, otras inventaron el turismo. Buscamos las playas urbanas más importantes en un país con 8000 kilómetros de costa, en el Cantábrico, el Mediterráneo y el océano Atlántico.
El Sardinero, Santander
Todo comenzó en El Sardinero. Lo que hoy conocemos como “ir a la playa”, una actividad de recreo, un pasatiempo, la la exaltaciónVerherrlichungexaltación del verano, del veraneo, una industria que en España es un sector clave de la economía, nació en Santander a mediados del siglo XIX como una actividad aristocrática beneficiosa para la salud con el nombre de “baños de ola”. La alta burguesía de Madrid y la meseta castellana llegaba en la diligencia(hier) Postkutschediligencia y el tranvía de mulasMaultierbahntranvías de mulas, aún no existía el ferrocarril. Muchos no sabían ni nadar, se tiraban al agua agarrados a la la maromaTau, dickes Seilmaroma desde la orilla, una cuerda de esparto anclada al fondo marino. El el/la socorristaRettungsschwimmer/insocorrista que vigilaba que todo fuera bien se conocía como el maromo —una voz simpática que hoy, en el registro coloquialUmgangsspracheregistro coloquial, es sinónimo de fulano, tío, amante ocasional—. La moda arraigar(fig.) Wurzeln schlagenarraigó y convirtió Santander en una hermosa ciudad-balneario donde se levantaron hoteles, el palacete modernistaJugendstilpalaispalacetes modernistas, el Gran Casino y la residencia para acomodarunterbringenacomodar a la familia real, el Palacio de la Magdalena, un regalo del Ayuntamiento a los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia en la península de la Magdalena, en la la bocanaHafeneinfahrtbocana de la bahía de Santander.
La península de 23 hectáreas es un espacio privilegiado con bosques, playas y un zoo costero con pingüinos, focas y leones marinos donde hubo hasta osos polares. Llegó la República, luego la dictadura franquista y en 1977 Juan de Borbón, pretendiente legítimo a la Corona e hijo de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, hizo negocio con el regalo y se lo vendió a la ciudad por 150 millones de pesetas (casi un millón de euros de hoy sin contar la inflación). Pero hay otras huellas del pasado reciente. En el paseo del Sardinero están los Jardines de Piquío, un balcón al mar con pérgola, palmeras y el bordilloBordstein, Randsteinbordillos ornamentales de el canto rodadoKiescanto rodado. Desde aquí se puede descender por una escalinata a la playa, donde, si la marea está bajabei Ebbesi la marea está baja, se descubre una la rendijaSpaltrendija en la base del mirador: es un nido de ametralladoras utilizado durante la defensa contra los bombardeos en la Guerra Civil.
El Sardinero, en realidad, son dos playas de casi dos kilómetros en una misma línea de costa que se unen cuando baja la marea. Durante mucho tiempo fue un el caladeroFanggrund, Fischgrundcaladero de sardinas, de ahí su nombre. La ciudad fue pionera en el empleo de publicidad institucional: puso el primer anuncio en la Gaceta de Madrid promocionando El Sardinero como playa de “baños de ola” el 16 de julio de 1847. Era el origen del turismo de sol y playa.
La Concha, San Sebastián
Los baños de ola se extendieron por toda la costa cantábrica y llegaron a San Sebastián. Entre sus seguidores estaba la reina Isabel II, quien, aconsejada por sus médicos, buscó los beneficios terapéuticos del agua de mar en la playa de La Concha. Con ella llegaron la corte y las clases con dinero, y desde entonces al el arenalSandfläche; (hier) Strandarenal de Donostia(bask.) San SebastiánDonostia le ha rodeado un aura de playa metropolitana de alta sociedad. El dictador Francisco Franco pasó más de 600 días veraneando en el Palacio de Aiete y navegando en la bahía. Pero no es un el coto privadoPrivatgrundcoto privado para las élites ni para los prejuicios de clase. La escritora Lucy Sante, cronista insuperable del underground neoyorquino y de los los bajos fondosUnterweltbajos fondos de París, la visitó recientemente en una gira literaria y solo pudo contener el aliento.
La playa se encuentra en el mismo centro urbano flanqueada por los montes Urgull e Igueldo. Cuando la marea baja, se puede caminar hasta la playa vecina de Ondarreta a través de la la pasarela rocosa(hier) Felsendurchgangpasarela rocosa del Pico del Loro. La bahía tiene forma de concha con una perla en el centro: la isla de Santa Clara, que tiene un faro y su propia playa, un arenal de apenas 30 metros de longitud que aparece y desaparece.
Antes de que proliferar(hier) sich ausbreitenproliferara la moda de la talasoterapia y el turismo, San Sebastián tuvo éxito en un el oficioHandwerk; Gewerbeoficio muy diferente: fue el principal el puerto balleneroWalfanghafenpuerto ballenero del mundo en el siglo XVI. El escritor Ander Izagirre cuenta que en la la campaña(hier) Ausfahrtcampaña de 1580 zarpar(Schiff) auslaufenzarparon de su muelle cien barcos para cazar ballenas en Terranova, en la costa noreste de Norteamérica. Regresaban cargados de aceite, que vendían en los puertos más importantes de Europa.
San Lorenzo, Gijón
Atardecer en la playa de San Lorenzo. (Créditos: Copyright (c) 2018 lunamarina/Shutterstock.)
En Asturias la playa más conocida también es una playa urbana. San Lorenzo se encuentra en pleno centro de Gijón, una villa marinera en el norte del país que ciertamente no puede presumir desich rühmenpresumir de sus horas anuales de sol (sí de sus pasteles: es la ciudad española con más pastelerías por habitante). Tiene una longitud de 1500 metros entre la la desembocaduraMündungdesembocadura del río Piles y el cerro de Santa Catalina, antiguo el asentamientoSiedlungasentamiento romano sobre el que emplazarseliegen, sich befindense emplaza el barrio marinero de Cimadevilla y donde el escultor Eduardo Chillida colocó en 1990 el el elogioLobElogio del horizonte, una la escultura de hormigónBetonskulpturescultura de hormigón de 500 toneladas y 10 metros de altura que los vecinos conocen como “el váter de King Kong”. Un símbolo de la ciudad que enmarcareinrahmenenmarca las vistas a pie del acantilado y en el que la bravura del mar y el viento se funden y vibran como si se tratara de una caracola gigante. Porque el oleaje en San Lorenzo es fuerte, de los que gustan a los surferos.
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