Hace veinte años, el escritor Tahir Shah llegó desfallecido/amüde, mattdesfallecido a una la árida laderakahler Abhangárida ladera en el norte de Kenia. En una la choza de adobeLehmhüttechoza de adobe, encontró a quien es considerado/a como ...derjenige, der/die als ... giltquien es considerado como el último gran explorador, Sir Wilfred Thesiger, que le ofreció un té para calmar la sed y recuperar las fuerzas. Pero además de la bebida, Thesiger le regaló un consejo: “No busques los lugares, busca a las personas”.
Esta historia me la contó mi amigo Enrique en uno de nuestros habituales cafés vespertino/aabendlichvespertinos. Desde pequeño he sido un idealista. Soñaba con vivir grandes aventuras, descubrir lugares remotos, perderme en el parajeGegendparajes desconocidos como los antiguos exploradores... En una de aquellas la ensoñaciónTräumereiensoñaciones de infancia imaginé un viaje a través del continente americano. Y ese sueño se hizo realidad unos cuantos años más tarde.
La afición por viajar me viene de familia. Cada verano viajaba en caravana junto a mis padres y mi hermano por el continente europeo: Austria, Alemania, Dinamarca, Italia, Reino Unido, República Checa… Nunca había oído hablar de Thesiger ni de sus teorías, pero la motivación del viaje que emprenderunternehmen, angehenemprendería sería muy similar a la del aventurero británico nacido en Etiopía.
Todavía recuerdo la sensación que tuve pocas semanas después de regresar de América. Mi cuerpo había vuelto a casa pero mi cabeza aún seguía viajando. Tomar una decisión de este tipo me llevó más de un el quebradero de cabezaKopfzerbrechenquebradero de cabeza.
Tuve que sortearumgehen, vermeidensortear miedos propios y ajenos, trabajar muchas horas para reunir el dinero necesario, desviarse del caminovom Weg abkommendesviarme del camino de la la cotidianeidadAlltag, Alltäglichkeitcotidianeidad, de lo que se establece como normal en nuestra sociedad: tener una casa, una hipoteca, un trabajo estable, un coche, formar una familia... Decidí seguir el dictado de mi corazón asumir(hier) in Kauf nehmenasumiendo los riesgos. ¿Volvería a ser todo igual después del viaje? ¿Regresaría a casa o encontraría en la ruta un lugar donde establecerme? Todo eran interrogantes sin respuesta.
La premisa: Atravesar América de norte a sur el sentido contrario al migratorioGegenrichtung zur Migrationsbewegungen sentido contrario al migratorio siguiendo el el trazado(hier) Verlauftrazado de la carretera panamericana desde Prudhoe Bay (Alaska) hasta Bahía Lapataia, dentro del Parque Nacional Tierra del Fuego (Argentina).
Los primeros el trazo(hier fig.) Strich; Linienführungtrazos de esta vía surgieron durante el Imperio Inca, con los caminos del Inca. Posteriormente, la ruta se fue extendiendo para ser conocida como talals solche/r/scomo tal en la V Conferencia Internacional de los Estados Americanos de 1923. Hoy es un sistema colectivo de carreteras que, en más de 30.000 kilómetros, conecta el continente americano de un extremo al otro.
Al final, fruto de la improvisación, fueron casi 45.000 kilómetros de caminos, la pista de gravaSchotterpistepistas de grava y vías asfaltadas subido a bordo de todo tipo de transportes terrestreErd-, Land-terrestres-acuáticos imaginables: autobús, tren, bicicleta, moto, coche, el cayucoEinbaumcayuco, la lanchaMotorbootlancha, taxi, carromato... El avión estaba permitido únicamente para cruzar el Atlántico desde Madrid a Alaska y de regreso de Buenos Aires a España.
El espíritu: primarVorrang habenPrimarían los paisajes humanos frente a las atracciones turísticas, el diálogo frente a la obsesión del turista por el retrato fotográfico, la observación frente a la mirada fugazflüchtigfugaz. Fabio Montale ya relataba en su novela Chourmo: “Lo esencial del chourmo es conocer gente. `Mezclarse´, como decimos en Marsella. Meterse en los asuntos de los otros, y viceversa. Hay un espíritu chourmo. Dejas de ser de un barrio, de una ciudad. Eres chourmo”.
El equipaje: Dos mochilas, una cámara de vídeo y mi guitarra española. En todo viaje hay sed de conocimiento, una porción de huida y escape de la rutina, un reto personal… Yo reunía todos esos requisitos. Dejé atrás la comodidad: Mi trabajo de periodista, una novia a la que quería, familia y amigos. Necesitaba hacerlo solo. Para algunos mi idea sonaba más a el acceso de locuraAnfall von Spinnereiun acceso de locura que a algo meditado.
On the road
Acostumbrado al ruido de la civilización me impactar(hier) tief beeindruckenimpactó el silencio que inundaba el ambiente en la última frontera de Norteamérica. En Alaska compartí una tarde con Wullie McLeod, un trampero que diariamente recorría 20 kilómetros para cazar en la gélido/aeisiggélida tundra.
Descubrí las dificultades a las que tienen que hacer frente cada día miles de latinoamericanos cuya calidad de vida cambia radicalmente por el hecho de vivir a un lado u otro de una línea fronteriza. “Por más libros que puedas leer en tu casa, por más internet enciclopédico que puedas tener al alcance… nunca vas a aprender lo mismo que en la carretera caminando”, me aconsejó Gerardo Altamirano, un el músico erranteumherziehender Musikermúsico errante que vagarumherziehen, umher-irrenvagaba por la sierra chiapaneca (México) “desarreglardurcheinanderbringen; (mus.) die Arrangements desarrangierendesarreglando canciones por un puñado de pesos”. No muy lejos de allí adentrarse envordringen inme adentré en la selva del Gran Petén para conocer de cerca cómo se extraer(fig.) gewinnenextrae y fabrica de forma artesanal el chicle natural.
Recibí el año nuevo sumergirseeintauchensumergido en las aguas turquesas del caribe hondureño, aposté unos cuantos pesos en las peleas de gallos, el deporte nacional nicaragüense. Tan sólo un tramo de 87 kilómetros de selva montañosa entre Panamá y Colombia, conocido como el Tapón del Darién, interrumpió momentáneamente la ruta. Imposible continuar por tierra. Los lugareños me desaconsejaron intentarlo: Guerrilla y paramilitares se disputaban el territorio para asentar sus laboratorios móviles para el procesado de la pasta base de coca.
La enfermedad se cruzó en mi camino. Contraje la fiebre tifoidea. Durante las tres semanas que estuve recuperándome en el hospital pensé varias veces en abandonar. De nuevo en ruta, navegué de isla en isla en cayuco por el Archipiélago de San Blas (Panamá) junto a los indígenas kuna, descendí en bicicleta de montaña por la Carretera de la Muerte –la más peligrosa del mundo- en Bolivia desde La Cumbre (4.700 mts) hasta Coroico (1.200 mts), recorrí el Amazonas peruano pescando pirañas y acampando en la densa selva, atravesé en 4x4 el Salar de Uyuni (Bolivia), el gran desierto blanco donde el único ruido molesto es el silencio
Puede leer el reportaje completo en Ecos 01/22
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