No existe metáfora más inagotableunerschöpflich; grenzenlosinagotable que la de una isla. Conjugamos el verbo aislar hasta el cansancio, nos pensamos como islas que habitamos el mundo en archipiélagos humanos. Pensarnos así es, casi siempre, la mejor forma de apalabrarsesich verabreden; (hier) sich verstehenapalabrarnos. La imagen del el náufrago solitarioeinsamer Schiffbrüchigernáufrago solitario nos ha servido, una y otra vez, para explicar los el confínGrenzeconfines de la conciencia. Habitar la isla propia, ese cuerpo de carne/tierra separado del otro por el mar, es un destino que aceptamos como inevitable. Metafóricamente, hasta consuela.
Sin embargo, ¿qué ocurre cuando esa metáfora es de una la literalidadWörtlichkeit, Buchstäblichkeitliteralidad insoportable? Ocurre que vives en una isla y todos tus horizontes son aguados. Llueve y caen los el gotarrón(ugs.) Riesentropfengotarrones sobre el mar, y sabes que esa belleza sobrecogedora es, a su vez, una cárcel cristalina y cruel.
Nos pensamos como islas que habitamos el mundo en archipiélagos humanos
Soy consciente de que esto se lee melodramático y me excuso: la telenovela fue herramienta fundamental en mi educación emocional. Pero, como todo cliché, tiene una gota difusa de verdad. Nací y vivo en la isla de Puerto Rico. Es la menor de las Antillas Mayores y la mayor de las Antillas Menores. Siempre entre dos aguasdazwischenentre dos aguas, entre dos mundos. Desde el 1952, nuestro estatus político se define como el de Estado Libre Asociado, un eufemismo elegante para un estatus colonial que hoy todavía se sostiene, aunque pende de un hilo.
El Gobierno está bajo el control de una junta impuesta por el Congreso estadounidense, la economía languidecerdahinsiechenlanguidece y el país está en quiebra, pero legalmente no puede quebrar. Es nación pero no es estado, y en esa contradicción habitamos los puertorriqueños. El Huracán María destrozó lo que quedaba hace seis meses... Desde entonces, la cifra: 77 personas por hora se van de la isla.
Desde este naufragio escribo, desde la amarga literalidad del cliché, desde el sol caliente y luminoso, la exuberancia de verdes y turquesas, desde la deslumbrante soledad de todas las islas.
Ana Teresa Toro (Aibonito, Puerto Rico, 1984) Periodista y escritora. Columnista en medios puertorriqueños e internacionales como El Malpensante de Colombia, Altair de España y The New York Times en español. Autora de la novela Cartas al agua (La Secta de los Perros, 2015) y de los libros de crónicas Las narices de los perros (Callejón, 2015) y El cuerpo de la abuela (Instituto de Cultura Puertorriqueña, 2016).
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